Esta es la historia de una víctima de la ciencia, un verdadero ejemplo de lucha sufrida y garchoterismo excesivo. Estamos hablando de la vida de Diego "pinchilo" Bauret, nacido en Las Catonas, provincia de Melbourne, Australia.
Nacido en cuna de plástico (su padre era el representante de Tupperware Industries en Australia), se desarrolló como cualquier niño normal, pero hasta la mitad, nomás.
Esto no le representó problema alguno durante el curso de su vida de infante, relacionándose con otros niños de igual a igual, sin tapujos, sin bujeros, sin barijhos. Pero todo cambió al empezar la escuela secundaria; la crueldad inherente al adolescente prepúber promedio lo hizo blanco de calumnias, injurias, y hasta esputos irrespetuosos que socavaban la moral de Bauret.
Harto del escarnio al que era sometido por sus compañeros, Diego Bauret tomó la drástica decisión que cambiaría su vida para siempre. Cierto día, mirando televisión, vió un anuncio publicitario que informaba sobre un tratamiento experimental, un ungüento que fomentaba el crecimiento, verdadero avance en la lucha contra el enanismo.
Sin pensarlo dos veces, Bauret se dirigió hacia la Sydney's International Clinic for Enanism Treatment, y se sometió al frotado incesante durante dos meses. Y el tratamiento comenzó a dar frutos: creció 2 pulgadas. Sin embargo, el ungüento tenía serios efectos secundarios.
Bauret, modificada su genética tranquila y pacífica, convirtióse de la noche a la mañana en un semental irrefrenable, empingado noche y día, y sin escrúpulos a la hora de satisfacer sus instintos mas bajos, que eran por supuesto mas bajos que el de la mayoría.
Se escapó de la clínica, dejando un sendero de culos en flor. Y agarró para el puerto, donde se escondió en un carguero islandés.
Recorrió así el mundo, garchoteando sin mirar a quien, envuelto en su libido y en baba, emporlando señoritas, señores y hasta perros medio putos con la misma dedicación.
En Bruselas se cogió un repollo, y nacieron repollitos. En la India se tumbó una vaca flaca. En Doomselar se embuchacó a un ferretero. En Japón le entró a un rollerista. En Italia, Mussolini dió su más famoso grito. En Buenos Aires, participó de una órgia colectiva con un fiambre embalsamado. En Mar del Plata, posó como modelo para los sacacorchos.
Cuado su raid garchotivo era ya insostenible, la ONU comisionó un grupo de científicos para curarlo, pues no podía matarsele al ser su chota a prueba de balas. Y finalmente dieron con la solución: había que congelarle las pelotas.
En Sao Paulo, una noche de otoño, Diego "pinchilo" Bauret fue sorprendido mientras la ponía en una media res, y un flechazo con hidrógeno líquido dio justo en medio de los huevos. Esta captura puso fin a la escalada de violetancia que puso al mundo entero con el culo contra la pared.
Hoy, Diego Bauret se encuentra en una prisión de hielo en un lugar secreto, sus pelotas constantemente refrigeradas, y alimentado a granola cada semana para prevenir que muera de inanición, o en su caso, de enanición.
Un cartel de neón celestito a la entrada de la prisión le recuerda al mundo los peligros de automedicarse.
