Había una vez un matrimonio que viajó al Brasil con sus dos retoños, aún pequeños. Joven pareja, el hombre santiagueño de los del estero, morochón, y la señora una petisa con cabellos color de oro.
En mitad de sus vacaciones por la tierra que ahora regentea don Lula, en un paseo a pura caminata por una ciudad de la cual no diré el nombre para proteger la identidad de los saopaulinos involucrados, un negro grandote y bastante tocado se acerca con la aparente intención de saludar a la pareja y sus niños, en el espíritu de la fraternidad sudamericana.
El negro grandote habla un dialecto extraño, no entendido ni por argentinos ni por brasileros, lo cual hace pensar al mayor de los niños de la pareja que es un camerunés. Acostumbrados a la Argentina, la pareja no da ni pelota al señor de color.
Sin embargo, el morochón no parece darse por aludido con la indiferencia y empieza a hacer toda clase de morisquetas y a balbucear palabras sin sentido. Hasta el punto de parecer sumamente molesto, o sumamente gracioso, depende de quien lo mire. Y de repente, entre sus ininteligibles intentos de comunicación, el símil-camerunés espeta las palabras:
"... A Xuxa! A Xuxa do Argentina!", con voz bien sonora y apuntando hacia la petisa rubia madre de los niños. El grito del african-friendly desató una andanada de carcajadas infantiles.
La rubia, con todo su aplomo e ingenio, y sin motivo aparente, retrucó:
"XUXA LAS PELOTAS. ESA ERA PUTA! YO NUNCA ME ACOSTARIA CON UN NEGRO ASI DE MOLESTO".
Luego, como para ponerle la frutilla decorativa a la escena, miró amorosamente al santiagueño y agregó:
"... CON OTRO NEGRO ASI DE MOLESTO".
Eso es amor, carajo.