lunes, 24 de diciembre de 2007

Merry Peronistmas

Señores, señoritas y señoretes, tengan un gran 24 y un mejor 25, que Papá Perón les traiga muchos regalos y lo pasen bien, que no falte la familia para brindar y la Farruca para aguantar a la familia.

Ah, ojota con la pirotenia, ojota, a ver si todavía pasa una DeGrazia (farrán fanfán faranfán).




Atte;

Sochongo

jueves, 20 de diciembre de 2007

Estoy Roto

Primero todo va bien, bien, muy bien. De golpe y porrazo la noticia de que por ahi pero no pero si pero puede ser pero no es seguro, y uno espera que no que no, y resulta que si si.

Y viene primero el cagazo compartido, pero se va rápido cuando se comprende ante qué se está. Entonces se planea mas o menos la cosa, que esto hay que hacerlo así, que haría falta aquello, que pin que pan.

Y cuando está todo mínimamente trazado, cuando hay un plano mas o menos transitable que seguir, entonces se puede estar un poquito mas tranquilo. Es allí cuando uno cae, porque hasta ese entonces no había tomado conciencia, no real, no del todo. Y (esto es lo peor), por mas que uno trate de no no no al final inevitablemente aparecen las ilusiones. Serán pequeñas, grandes, azules, rosaditas o verde agua pero son ilusiones ciertas y verdaderas. Y claro, esa manía que tienen las ilusiones de llenarnos de felicidad, de hacernos olvidar que toda felicidad es efímera, que nada perdura, que nada se extiende mas allá de unos pocos instantes de esos que a veces se llaman minutos y a veces años. Uno se olvida de que la felicidad siempre sigue caminando, y al olvidarse uno siempre se para a verla, y en cuanto se descuida otra vez la tiene a kilómetros, adelante y fuera de alcance.

Y uno está parado mirando esa felicidad que va pasando al lado, en plena cosa de manito risita y rostros brillantes sin motivo aparente, cuando de un decimoquinto piso le cae un pequinés justito justito arriba en el medio al paqueteese con moñito de ilusiones marca ACME que uno lleva en su carretilla, y atrás del pequinés vienen una maceta, un loro, una tortuga, una vieja, granizo y un fitito colorado.

Y por el golpe ese inesperado que le vino sin avisar del decimoquinto piso, el paquete de ilusiones se despedaza, todo se desvanece y uno se la tiene que aguantar; consuela y se consuela diciendo y diciéndose que no era, que por un lado mejor, que así es menos quilombo, y mientras uno consuela y se consuela diciendo y diciéndose, uno se pregunta si de verdad piensa eso que dice, si de verdad es consuelo pensar de forma tan tan ruin y baja. Aunque uno concluye que lo que uno dice no siempre es lo que uno piensa y que a veces uno necesita repetir y repetirse ciertas cosas para al menos intentar o fingir creérselas y poder aliviar tristeza, también se da cuenta de que no funciona.

Como consecuencia inmediata, uno se enoja con el pequinés, con el loro, la maceta, la tortuga, el granizo, la vieja y el fitito, pero mas se enoja con uno mismo por ilusionarse. Es este enojo el que a uno lo carcome, es la puteada al aire y el puño en la pared y el grito silencioso de impotencia en esa soledad acompañada que parece una contradicción absurda pero es exactamente lo que uno y otro necesitan.

Ya pasará, todo pasa. Absolutamente todo
. Lo bueno y lo malo, y lo que ni fu ni fa. Eso lo sé.

Pero igual estoy muy muy triste. Y muy, muy enojado.

Y sobre todo, muy, muy roto.


miércoles, 12 de diciembre de 2007

La ida y posterior vuelta de Cayetano, el del piolín en la mano

Era de tarde-noche cuando Godino se enojó y empezó a los gritos. Insultos y epítetos de alto calibre, espetados sin miramientos en la misma cara de los presentes.

Y algo de razón tenía, después de todo en cierta forma habían corrompido su obra; presentar su "escultura" allí sin el clavo que había colocado con tanto esmero se le antojaba igualito igualito a presentar una torta con un copete alto de crema pero sin que cereza, frutilla o fruta colorada equivalente alguna lo adornara.

Incompleto, eso era; estaba incompleto. Y por eso se enojó Godino, y gritó, insultó y se resistió. Y ese fue su error, porque ahí mismo lo agarraron y lo encerraron.

Esta vez ya era mucho, no iba a ser como las veces anteriores, donde se le daba el beneficio de la duda, o del rompimiento del espinazo de las mascotas de sus congéneres a cambio de un paseo cerca del borde, de una paliza, de unos días moribundo. Esta vez era peor, no lo salvaba nadie.

Y así se vió privado de su libertad, pululó entre traslado y traslado, y terminó allá cerca de donde el barbudo portugués ese que tenía un barquito español cruzó de mar a mar. Allí, con los años, su sombra se convirtió en atracción turística, y su historia en una leyenda más de la gayola mas austral del mundo.


Por tanto tiempo se ha hablado tanto, se ha tergiversado tanto su historia que, enojado otra vez, volvió, y no en forma de fichas como Alf. Allá en su cucha biplaza en los suburbios del infierno escuchaba y veía todo; se cansó que a su estatua en el museo le tocaran el culo, se pudrió de que se rieran de el como antes, se pudrió del programa de Tinelli.

Cansadísimo, harto harto harto de todo aquello que le rompía irremediablemente los huevos, agarró su rollo de piolín choricero, se compró cinco pesos de clavos en la ferretería de Satanás, (la Mefistóferret) y volvió.

Pero no volvió solo. Ahora juntó una banda. Déspotas, asesinos sin cuartel, con el vicio y la sed de sangre y gatoréi en sus rostros, que no dan tregua, que no recorren leguas si no es sobre una yegua. Sanguinarios exponentes de la clase que no trabaja ni estudia, verdaderas semillas de maldad, ya germinadas con frasco y secante correspondiente.

Y, como el Godino, no perdonan. Ojalá alguien nos salve a todos, ojalá podamos escapar no sólo de Cayetano Santos, sino de toda la nueva banda del petiso orejudo (reloaded, texturados para tu placer y ahora sabor caniche-toy).